Es obvio que la decisión de hacer un mitin político para "anunciar" las medidas de respuesta a los aranceles de Donald Trump vie...
Es obvio que la decisión de hacer un mitin político para "anunciar" las medidas de respuesta a los aranceles de Donald Trump viene del manual del perfecto populista implementado por YSQ, y si bien solo sirven para que los asistentes se pregunten por qué no se quedaron en casa viendo Netflix, Claudia Sheinbaum opta por perder miserablemente el tiempo en vez de usar las poquísimas armas que tiene México para contrarrestar las medidas draconianas de la Amenaza Naranja.
Sobre la mesa hay, de entrada, dos posibles líneas de acción, ambas ciertamente con un nivel de optimismo que haría poner los ojos en blanco a un vendedor de lotería.
La primera es imponer aranceles "quirúrgicos" a Estados Unidos.
Estos aranceles no serían generalizados, sino que se enfocarían en industrias con dos características clave. Primero, aquellas cuyos productos puedan ser fácilmente reemplazados por importaciones de otros países. Por ejemplo, se podría aplicar un arancel a la carne de pierna y paleta de cerdo que se usa en los tacos al pastor. Lo mismo aplicaría para el pollo, que podría importarse desde Brasil. Después de todo, nada dice "soberanía alimentaria" como depender de otro gigante extranjero pero, en fin, se trata de darle batalla al trumpismo.
Segundo, también se podrían implementar aranceles a productos que afecten directamente los intereses de políticos republicanos. Aquí es donde la cosa se pone jugosa: maíz amarillo, ciertos quesos, whisky bourbon, arándanos y manzanas de Washington. Básicamente, estamos hablando de una lista de compras diseñada para hacer llorar a los agricultores de los estados trumpistas. El objetivo es que los empresarios afectados corran a llamar a Trump y a sus representantes republicanos y les exijan que cambie su política arancelaria.
No estoy descubriendo el hilo negro ni el agua tibia, porque esta táctica no es nueva. En 2019, en respuesta a los aranceles de Trump al acero y al aluminio, el gobierno de López Obrador aplicó impuestos a 186 productos agropecuarios y siderúrgicos. ¿El resultado? Trump ni se inmutó. Los aranceles se mantuvieron casi un año, y no hay forma de saber si el cabildeo empresarial tuvo algo que ver con su eventual eliminación, pues ya no se aplican. Pero, hey, al menos intentamos, ¿no?
Dentro de la coalición gobernante no todos están convencidos de esta estrategia. Algunos dicen que los aranceles quirúrgicos son tan efectivos como tratar de apagar un incendio con un vaso de agua, y argumentan que estas medidas afectan directamente a la economía mexicana sin garantizar el objetivo político deseado. Y en buena medida tienen razón: la estrategia se basa en supuestos tan optimistas que podrían ser el guion de una película de Disney. Se asume que los empresarios reaccionarán, que se comunicarán con Trump, que este los escuchará y que, finalmente, cambiará de opinión. La probabilidad de que todo esto suceda es más o menos la misma que la de ganar la lotería tres veces seguidas.
Por eso, un segundo grupo dentro de la coalición propone una tercera estrategia que es radicalmente opuesta: hacer nada.
Sí, nada.
Implica aceptar los aranceles de Trump y continuar con las negociaciones como si no hubiera pasado nada. Según esta visión, los aranceles de Trump provocarán una depreciación del peso, lo que hará que las exportaciones mexicanas sean más baratas y competitivas. El problema es que, para que esto funcione, el tipo de cambio tendría que alcanzar aproximadamente 25.6 pesos por dólar, un nivel que haría que la crisis devaluatoria de 1994 parezca un mal día en Wall Street.
En mi opinión, ninguna de estas medidas tendrá el efecto deseado. De hecho, hacer nada es políticamente inviable, porque dañaría gravemente la imagen de Morena. Y los aranceles quirúrgicos son como pelear con un oso: puedes arañarlo un poco, pero al final, él tiene más fuerza y te va a devorar.
La opción más viable para México es implementar medidas no arancelarias. Una de ellas, por ejemplo, sería relajar de manera informal la protección a la propiedad intelectual de productos estadounidenses. Digámoslo de otra forma: permiso no textual, pero sí manifiesto, para permitir a las empresas mexicanas aprendan a fabricar, copiar pues, productos que actualmente solo se hacen en Estados Unidos, fomentando el desarrollo local. Claro, esto también podría convertir a México en el paraíso de los piratas al más puro estilo de los chinos pero, hey, todo sea por la patria.
Además, es crucial que México no actúe solo. La unidad con otros países, tanto en Europa como en América Latina, es esencial para presionar a Estados Unidos. Porque, seamos honestos, enfrentar a Trump solos es como intentar derribar un muro con una cuchara.
En resumen, este es el momento en que México debe repensar su modelo económico. El que hemos tenido hasta ahora no ha sido exactamente un éxito rotundo, y con Trump en la Casa Blanca, las cosas solo van a empeorar. Así que, amigos chairos, fifís, solovinos, derechangos, cuatroteros, opositores y demás fauna mexa, dejemos de criticar o alabar el mitin y pongámonos a trabajar. Porque, al final del día, los tacos al pastor y el whisky bourbon no van a resolver este desastre.